Por Antonio Sombra
La mesa tambaleó y ante mis ojos, todo fue a parar al piso. Como si le hubiesen dado un cachetazo orientador. Así como que “me tiro al suelo provocándote, para que llores por mí”. Muy novelesco mi pensamiento me dije, pero sucedió. Ahí, en medio de la habitación, frente a la cama en que estaba sentado y aún con la computadora encima…(¡Encima, con la computadora!), la mesa ratona se suicidó. La pantalla quedó tan hermosa como un cuadro de Dalí. Una figura abstracta donde a duras penas, se podía ver una esquina del programa abierto.
–Bueno, tendré que llamar a alguien para que me auxilie con las conexiones por Internet y así estar enterado de lo que va a acontecer con este encierro que recién empieza. Anoche dijeron que vamos a estar unos quince días encerrados. ¡Ah pero qué detalle, tampoco tengo un celular que funcione!-.
Y pasó lo previsto, en el momento menos esperado. Se veía venir algo así, luego de desatarse esta pandemia. Me encontré encerrado, con todas las comunicaciones cortadas por la baja de Wifi en la casa, con tres celulares destruidos y “…un televisor inútil, eléctrica compañía…!”. Además, en lo profundo sentí una necesidad imperiosa de saber qué pasa, cómo va la situación en la ciudad, en el país y en el mundo. Probando de nuevo, para ver si me había equivocado yo o era ese “maldito aparato”, que no quería funcionar.
-¡Dale…, aunque sea una última vez, arrancá para mí!. ¡Con solo un mensajito ya está…, no te jodo más!- me mentía a mí mismo, buscando la compasión de ese aparato de la rebelión de “Skynet”, que descansaba en mis manos.
Y no hubo compasión. Ninguno de los intentos por usar los adelantos tecnológicos que tenía abarrotados en un rincón, dio resultado. Para colmo, la merma en el salario, la incertidumbre en la continuidad laboral y la demora en las ayudas prometidas, agravaban la situación.
La desesperación por no poder moverme de casa (soy adulto de riesgo), por la creciente ansiedad de enfrentar diariamente al dueño del departamento y que no me saludara con un “¡Te vas!”.
-Y ¿qué pasará con todo esto?. ¿Cómo saldremos de esta situación?. ¿Cómo mejorará todo?. ¿Cómo mejoraré yo, que me he quedado sin ningún medio de información?. Hasta los contactos del celu, perdí. Si al menos pudiera enterarme de algo. ¡Lo último que supe me lo contó un amigo, antes de que se dispusiera que no puedo salir ni a mirar quién viene!. Un horror, lo que Pablo me contó que está pasando. Tantos infectados, algo tan distinto a lo que decía Juan…. ¡Momento! ¿es tan cierto lo que me cuentan estos dos?. Uno dice que “no pasa nada” y el otro que “pasa de todo”…-.
-Necesito saber algo, enterarme de qué pasa con el trabajo; qué va a pasar con mi jubilación, con mi futuro. ¿Viviré, al final?. Tener una voz o una musiquita que suene de fondo, aunque más no sea. Este silencio sepulcral a la hora de la siesta, me recuerda a Mendoza, mi tierra natal. Pero ya se fueron al pasto; ¡mucho silencio!-.
-Para colmo, ni la radio puedo escuchar porque también se rompieron los auriculares-.
-Así que…. ¡Otro momento!…, ¿qué es ese aparato que parece un huevo, medio roto y bastante viejo, al fondo del armario?. ¡Un grabador/reproductor de CD/radio!. ¡No puedo creer que tuviera esta antigüedad archivada por ahí!. Capaz que ni funciona…, es tan antiguo….-.
-… la temperatura en la ciudad de Buenos Aires…-
-¡¡¡No lo puedo creer. Una radio antigua me va a mantener informado de todo lo que pase en esta cuarentena!!!. Para no dejar que los pensamientos negativos me invadan, para reírme con las ocurrencias de los conductores de los programas que escuche.
Para ponerme triste por tantos que ya no podrán escucharlos. Para compartir una receta, un manual de instrucciones o un mensaje de esperanza contra la necedad de los insensatos. Escuchando, pensando, hablando y hasta discutiendo, como si ellos se hubiesen corporizado a mi lado-.
¡Y sí!…, nos fuimos alejando tanto de esa tecnología, de las personas y los detalles “viejos”, que no nos dimos cuenta que esos “vejestorios” están aquí, desde antes. Y que en algunos casos, fueron los que dieron origen a todo lo que hoy conocemos como “normales”. Porque nacimos con lo nuevo en la mano. Lo demás quedó de recuerdo, guardado en algún mueble.
Y ahora, mientras escribo este editorial, mientras estos pensamientos impulsan mis manos que tipean en la compu (ahora “recauchutada”), escucho la radio. Ese “viejo” aparato, que suena de fondo. Donde Bob me sujiere “Don´t give up the fight!”, (“No abandones la lucha!”).
if(d.getElementById(‘fb-root’)) return;
var fbRoot = d.createElement(‘div’);
fbRoot.id = ‘fb-root’;
document.getElementsByTagName(‘body’)[0].appendChild(fbRoot);
var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0];
if (d.getElementById(id)) return;
js = d.createElement(s); js.id = id;
js.src = «https://connect.facebook.net/en_US/sdk.js#xfbml=1&version=v2.12»;
fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);
}(document, ‘script’, ‘facebook-jssdk’));